viernes, 4 de enero de 2008

REFLEXIONES EN EL AÑO DE HIDALGO

Altos funcionarios se reunieron, tras confirmada la derrota de su partido en las urnas, para saber cómo había quedado cada uno después de terminado el período. Casi todos confesaron que sus cuentas bancarias habían engrosado, que sus deudas estaban canceladas, que tenían un chalet de playa y que sus familias pudieron viajar por el mundo. Cuando le llegó el turno a "Juan", éste explicó que aún estaba pagando su casa, tenía el mismo auto y que su situación financiera no era muy diferente cuando comenzó a ejercer su cargo. "Carlos", que orientaba la reunión, le increpó a Juan: “¿Y es que tú no robaste, ahuevado. La anécdota viene a colación porque la corrupción es culpable de la pérdida de un 25% del Producto Interno Bruto de un país. Con gobiernos tan corruptos como los nuestros, el porcentaje seguramente es mayor. ¿Por qué, pese a la buena tasa de crecimiento económico, se registra crónica y muy mala distribución de la riqueza? ¿No será que descubrimos que la mejor manera de repartir la riqueza es robándosela y que ésta es la forma más institucionalizada y segura de distribuirla? La apropiación indebida de los bienes nacionales y estatales en múltiples modalidades es una realidad a la que ya nos han acostumbrado. “¡Todos los gobiernos roban!”, gritó un conocido ex legislador. El 2008 es el último año (o casi) del gobierno del PRD presidido por Martín Torrijos y será el escenario de desenfreno orgiástico. Ciertos funcionarios, acostumbrados a gozar de altos niveles de consumo y protagonismo social, son incapaces de volver a ser los pobres que eran antes de empezar el período de gobierno. ¿Cómo mirar a los ojos a sus hijos y decirles: "el próximo año ya no habrá Disneylandia ni iremos a Europa"; o, "ya mi chofer no podrá llevarlos a la escuela ni hacer mandados, tendrán que irse en un busito escolar"; o bien decirle a la querida, "tendrás que buscarte a otro, porque ya no podré mantenerte"? Lo que ocurre es que en nuestra cultura política no entendemos qué significa ser servidor del Estado y, en vez de comprender que el cargo es una oportunidad para servirle al país (un honor), entendemos que es para servirnos de él (una oportunidad para pelechar). Desde el momento en que las instituciones internacionales confirmaron la “ley de hierro” del capitalismo de que absolutamente todo debe convertirse en mercancía sin excluir al propio género humano, nada escapa a este proceso de cosificación mediante el cual los elementos indispensables para la vida están siendo separados cada vez más de los seres humanos, lo cual significa que las personas tenemos no solamente menos derecho a la vida sino menos existencia. Los humanos, que tenemos necesidades básicas inmutables, cada vez tenemos menos capacidad para satisfacerlas porque no podemos adquirirlas como mercancía al no contar con los ingresos indispensables, en virtud de que gran parte de la población no participa del “Dios Mercado” -la gran panacea universal- en tanto que los que sí percibimos algún ingreso vemos disminuir nuestra capacidad adquisitiva gracias a la inflación (récord en Panamá) y la especulación desenfrenada (atraco).
En el caso de nuestro país, estamos refiriéndonos al 45% de la población que padece pobreza, dentro del cual un 75% sufre de pobreza extrema, especialmente en áreas rurales. Decir que mucha gente vive con menos de un dólar o balboa al día, es una forma compasiva de graficar esta tragedia, ya que puede decirse con igual certeza que mucha gente vive con menos de 0.10 de dólar al día, y no hay forma de que el Prodec o la Red de Oportunidades del presidente Martín ¨Torrijos resuelva este problema estructural. Para este estrato, ¿qué puede significar un 30% de inflación en la llamada “canasta básica”? A pesar de algún remanente liberal de la Constitución Política, los que deberían ser bienes patrimoniales del Estado o la nación a conservar para presentes y futuras generaciones (tierras, recursos, valores) están siendo acaparados por pandillas, gavillas y capillas de altos funcionarios/empresarios cuya única visión de Estado consiste en el Estado-Botín y cuya única misión de Estado es saquearlo al máximo.
Ello es cierto, sobre todo, ahora que viene el último año de gobierno y muchos se encuentran compitiendo para ver quién cumple mejor este dicho mexicano: “¡Es el año de Hidalgo, la chinga de su madre el que deja algo!”. El saqueo en el año de Hidalgo incluye desde un proyecto minero, hidroeléctrico o petrolero hasta el papel higiénico en la presidencia de la Res Pública (una vez se llevaron hasta la vajilla). Y allí están – “operadores” los llaman – gozando de jugosos sueldos pagados con nuestros fondos “públicos”, viajando en aviones y helicópteros VIP, con pasaportes diplomáticos y carta blanca en aeropuertos, cuya única tarea es diseñar la manera de robar más y con mayor eficiencia a todos los niveles del “Estado” para engrosar las cuentas de sus padrinos, incluso cómo sacarle jugo a las relaciones diplomáticas para provecho propio. No pocas veces le llaman a esa piñata privatizadora y rapiñesca, pomposamente, “proyectos de interés público y social”, proyectos que pasan como aplanadoras que hacen añicos los intereses de comunidades indefensas, cuya única realidad es el suelo que pisan y que se les escamotea.
No es ningún secreto que las donaciones a campañas electorales se cobran con creces en embajadas, consulados, contratos, concesiones, coimas, privilegios, inmunidad, prebendas y botellas. ¿Por qué en el Servicio Exterior hay personas que no han terminado la escuela secundaria, mientras que otras han convertido nuestras embajadas en un mercado persa (con el perdón del Ayatollah). ¿Quiénes van a financiar las campañas para representantes de corregimientos, alcaldes, diputados, presidentes? Los votos también son mercancía, y como tal, se compran, cotizan, venden y canjean. De manera que una donación (que puede provenir de burócratas que pudieron acumular mientras “hacían Patria”, de empresarios “honestos” y de países corruptores que compran diplomacia) es una excelente inversión. Algunos donan tanto a la oposición como a los candidatos del oficialismo porque aprendieron a montar dos caballos a la vez y el dinero tiene la virtud de ahorrarte el engorroso esfuerzo de ir a la escuela, estudiar, leer y de hacerte con alguno que otro planteamiento ideológico.
El lucro es el fin último de esta democracia fementida que anula toda ilusión de participación política auténtica. El dinero lo domina todo, desde instancias electorales hasta la Policía. Lo confesó una ministra del actual gobierno: ¡el país está tomado por el crimen organizado! ¿De qué otra manera explicar la atroz e impune violación de leyes ambientales por parte de empresas que se llevan nuestras riquezas sin realmente pagar un solo centavo? ¿De qué manera explicar el apabullante silencio de la Autoridad Nacional del Ambiente ante la ninguna aplicación o relevancia de la Ley 41 que lo regula?
El dinero compra ríos, lagos, tierras, aire, manglares, playas, corredores biológicos, parques naturales, reservas forestales, patrimonios históricos, zonas de amortiguamiento, arrecifes de coral, ballenas, tiburones y delfines, minas, hidroeléctricas, yacimientos de petróleo, pero -- y esto es lo más importante -- compra bienes inmateriales como decisiones e influencias dentro de los aparatos judicial, legislativo y ejecutivo, dentro de entidades protectoras del ambiente y algunos medios de comunicación. El dinero compra la dignidad, la conciencia, el pudor, los escrúpulos, los principios y la poca virginidad y santidad que aún sobreviven en algunos funcionarios que, como exótica y rara avis completamente fuera de moda, aún caminan por pasillos de palacio. O humanizamos el dinero, o el dinero nos cosificará a todos. ¡Felicidades en el Año de Hidalgo! Pero, coño, ¡dejen algo!
El autor Julio Yao, es analista internacional y Coordinador Nacional para la Defensa de Tierras y Aguas

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