martes, 29 de enero de 2008

DEGRADACIÓN SOCIAL

Existe una expresión oral cantada que ha puesto en vilo al país en los últimos días. De su contenido no me voy a ocupar, porque es patético y poco podría agregar. Pero considero oportuno que reflexionemos como sociedad y meditemos las defensas que se han esgrimido por el uso de una expresión de rancio y vulgar origen.
Dicha expresión constituye universalmente una de las ofensas más graves que se le pueden inferir a un ser humano, diría que es gravísima porque genera las mismas reacciones no solo en nuestra región iberoamericana sino a través de casi todas las culturas. Incontables duelos y muerte en todo el mundo ha causado la infeliz expresión.
La infame expresión tiene una connotación tan impactante porque alude a uno de los hechos generalmente considerado como el más repulsivo en la conducta humana: el incesto. En otras palabras, en casi todas las sociedades se ha respetado la máxima de que puedes cohabitar con cualquier mujer, menos con tu madre. Su origen es más abominable que la otra expresión que generalmente ofende el honor materno al relacionarla con una prostituta. En la versión panameña, tiene una alusión directa al vulgarismo con que se denomina al órgano sexual femenino. Igual alusión existe en otros países como Chile, en donde la expresión chilena alude a la vagina relacionándola con un molusco.
En defensa de esta expresión oral cantada, se ha dicho: que es una obra vernacular o "tropical". Que es una obra de protesta (bueno, la denominaron canción de protesta). Que es propia de un género musical (reggae) o que constituye una manifestación de la libertad de expresión.
Estas fantásticas defensas son los silogismos más notorios de los últimos tiempos. Todas las sociedades regulan las expresiones que son públicamente aceptables. Y también regulan algunas que aunque sean privadas, transgreden los valores socialmente protegidos. Alegar que la expresión de marras es tropical o vernacular es ofender a todos los habitantes de este país. Es colocar a todos los panameños en un nivel paupérrimo en el lenguaje y la comunicación. Descender a los vulgarismos es regresar a los dialectos en sus expresiones más primitivas. Es una regresión imperdonable que atenta contra el desarrollo de los pueblos, que se dividen y atomizan cuando se trunca el idioma como medio de comunicación y progreso. Es casi como renunciar a los celulares para volver a las señales de humo.
En cuanto al tipo de música, esta expresión en cumbia, samba, bolero, rock and roll, tamborito o reggae resulta igualmente inapropiada y chabacana. Aquí no debemos dejarnos confundir igualando el continente con el contenido. Con el mismo argumento rechazo su equiparación con las canciones de protesta: comparar la lírica de Joan Báez o Pablo Milanés con la cacofónica expresión de marras es un atentado contra la música y el buen gusto.
Cuando tengamos los resultados de estas expresiones, no nos sorprendamos. Cuando un estudiante en una escuela primaria le riposte a su maestra la consabida frasecita, cuando un conductor se la espete al policía de tránsito o cuando un trabajador con todo y su fuero se la dispare al empleador: qué excelente nivel de diálogo y conversación tendremos en el país.
No por gusto "discurseaba" (con licencia de Cantinflas) uno de los defensores "argumentando" que más vulgar es que se quemen las personas en los buses y los tribunales no fallen o que haya pobreza en el país. Como si de veras los males económicos o políticos del sistema pudieran ser resueltos utilizando estas expresiones. Yo bautizo esta nueva lógica como política vulgaris. De ahora en adelante, cada vez que tengamos un problema, démosle una buena dosis de mentaditas de madre. Ni Marx ni Adam Smith se lo hubieran imaginado, pero identificados los problemas y atacados con vulgaridades contribuimos a la formación política y al diálogo social de nuestros pueblos.
Dentro de esa lógica, cuando en una casa escuche a una mujer gritar de dolor, porque el marido le pega o la asfixia; no haga nada. Debemos respetar su expresión sexual producto de su lectura de las obras del Marqués de Sade. Y no olvidemos que hay que respetar también su vida privada. Cuando llamen a las emisoras que difunden estas coplas y les den su mentadita, tampoco digan nada: es el lenguaje que ustedes enseñaron.
Cuando estas incitaciones pasen de ser meras expresiones verbales, y las turbas enardecidas empiecen a adoptar otras expresiones, por ejemplo, violentas; entonces no nos sorprendamos. Pero tampoco pidamos la intervención de las autoridades. No llamemos al Ministerio de Gobierno y Justicia. Ni a la Policía. Después de todo, las expresiones violentas también son auténticas y pueden ser identificadas con nuestra pasión y rebeldía, con Urraca y Victoriano. La degradación social tiene sus consecuencias.
Es casi como si dijésemos: Calígula, levántate y anda. Panamá "caligulízate" y baila. Llegaron los carnavales… El autor Francisco Vega es abogado y profesor de Derecho, originalmente publicado por La Prensa el 29 de enero de 2008.

No hay comentarios: