miércoles, 20 de febrero de 2008

ELECCIONES DIRECTAS YA!

Para mí, que crecí en un país en el que una sola persona decidía quién sería su sucesor, (¿Recuerda la "dictadura perfecta" de la que hablaba Mario Vargas Llosa para describir el PRI-monopólico sistema político mexicano?) no ha sido fácil descifrar las complicaciones del sistema electoral estadounidense.
Hoy, después de haber cubierto periodísticamente siete elecciones presidenciales en Estados Unidos, todavía hay partes del proceso electoral que me asombran por su complicación. En el proceso electoral actual, la complicación de la semana tiene que ver con el hecho de que ni Hillary Clinton, ni Barack Obama contarán con un número suficiente de delegados comunes y corrientes para ganar la nominación.
Las reglas partidarias dicen que el candidato ganador debe contar con el apoyo de 2 mil 25 delegados. La cifra representa la mitad más uno de los 4 mil 49 delegados que votarán en la convención. Sin embargo, de las primarias y asambleas partidarias estatales solo salen 3 mil 253 delegados. Los 796 delegados que faltan para completar la cifra total son los llamados súper delegados. Un sub-grupo formado por ex presidentes, funcionarios del partido, congresistas, y otras y otros considerados "notables" por la cúpula partidaria. De acuerdo con las reglas, el voto de los súper–delegados no está comprometido ni con los votantes ni con los candidatos. Es decir, cada súper–delegado es libre de actuar como mejor le parezca en la convención, aun cuando algunos ya han comprometido su voto. El problema con este esquema es que podría darse el caso de que los súper delegados decidieran la selección del candidato aún cuando éste o ésta contaran con un mayor número de delegados comunes y corrientes.
La controversia, como bien ha notado el editor de la revista Time, Richard Stengel, tiene profundas raíces históricas y demanda distinciones conceptuales muy finas entre lo que constituye una democracia y una república. La democracia, nos recuerda Stengel citando a James Madison, "es el gobierno del pueblo", mientras que en la república, son los representantes del pueblo quienes gobiernan. De aquí el nombre de "democracia representativa". Y aunque la distinción tiene un innegable tufo elitista no deja de ser pragmática y racional: ¿Se imagina cómo funcionaría un gobierno en el que todos los asuntos se resolvieran en una asamblea popular?
En esta elección, sin embargo, yo pienso que no se aplica el modelo del asambleísmo, y que sería un error fatal para los demócratas permitir que una decisión de la élite prevaleciera por encima del voto popular. El candidato que obtenga el mayor número de votos debe ser el nominado.
Con mi argumento no intento negar la primacía del sistema democrático por encima de cualquier otro sistema político. Por más errores y complicaciones que sucedan en los procesos electorales, la virtud de la democracia en Estados Unidos es su apego al estado de derecho; a una Constitución política que protege los derechos y la libertad de los individuos, incluyendo a las minorías raciales, étnicas o políticas; que limita los poderes de las autoridades; que mantiene la separación de poderes; que posibilita la creación de partidos políticos y que le otorga al Estado el monopolio legal y policial para hacer que se cumpla la ley.
Lo que propongo, es una reforma al sistema electoral que despeje complicaciones innecesarias, elimine incluso el colegio electoral y establezca un sistema de votación directa que permita escoger como presidente al candidato que más votos obtenga y punto. Lo que sucedió en la elección de 2000, en la que Al Gore ganó más votos que George W. Bush, pero terminó perdiendo la elección, no debe repetirse. El autor SERGIO MUÑOZ BATA es miembro del consejo editorial de Los Angeles Times, originalmente publicado por La Prensa el 20 de febrero de 2008. Ver artículo relacionado "Tienen los E.U. una democracia perfecta?" en: http://panamapolitica.blogspot.com/

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